Todavía estás. Ha sido difícil vivir durante estos meses de paréntesis. Ellos no son más que pequeños alicientes. Algún que otro sustituto efímero de tu presencia pero incapacitados para engancharme. Se metían entre el hueco de tu soga y mi cuello y parecían aliviarme de tu asfixia. Pero a la mínima vuelven a caer por su propio peso mientras que tu cuerda sigue ahí. Algunas veces más suelta, pero sigue ahí. Tu estigma en mi cuello. Aprieta ahora. Con fuerza. Engánchame como el garfio al pollo, como la industria cárnica lo hace con los cadáveres de animales. Azótame y no me dejes caer. Necesito el peso de tu cruz. Eres mi perdición. En el verde de tus ojos veo mi propia muerte y no me asusta. Vuelvo a sangrar, menos mal. Te pensé ausente para siempre pero sigues aquí. Vuelvo a tener un motivo por el que levantarme cada día: mi propia muerte. Tú.
Para S. Mi siempre adorado S.
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