Hoy podría contarte que me he aficionado a los cereales con leche. Que las picadas de mosquito de hace dos días, se me han ido increíblemente con una crema especial. Que echo de menos a mi hámster. Tal vez me habrías aguantado mis lloreras. También te diría que estoy cansada de trabajar y me pesan las piernas. Que más te valiera hacerme un masaje en cuanto nos viéramos. Que a ver si me crece el pelo de una vez. Que podría apuntarme al gimnasio para quitarme este flotadorcillo que me incordia. Que tendría que depilarme por si el domingo vamos a la playa. Pero sobre todo, podría contarte que tengo unas ganas enormes de verte. Que a ver si pasa mañana pronto y quedamos. Como siempre. Ya sabes dónde. Me vendrías a buscar. Te prometería no tardar para que no tuvieras que esperarme tanto tiempo. Como siempre, también. Pero, al fin y al cabo, sabes que siempre tardaría lo mismo. Mañana quedaríamos. Tal vez me darías alguna sorpresa. Así como haberte bajado alguna canción que te hubiera dicho últimamente que me gustaba, y ponérmela de camino hacia alguna parte. Tal vez la sorpresa fuera verte ahí, a mi lado. Sabiendo que todo es como al principio. Que no hay miedos ni dudas. Ni vacíos que te hagan pensar que no vale la pena intentarlo. Entonces, tú serías para mí y yo sería para ti. Solos. Los dos. Sin nadie más. Sin miedos. Repito. Sin miedos.Pero, como he dicho antes, podría. Podríamos. Podrían haber pasado tantas cosas. Y es en esas cosas que podrían haber pasado y no sucedieron, en las que pienso todos los días. Mañana imaginaré más.
Bastó una mirada para dejarnos llevar. Abandonarnos al mundo de los sentidos. Acepté. Aceptaste. Y nos adentramos en un juego del que tú sabías como salir. Pero yo no.
Datos personales
sobre el título del blog...
No eran tres pulseras de bisutería comunes. El ruido era agudo, felino, punzante. Se metía en lo más hondo de mis oídos, viajaba hasta mi pecho y allí explotaba, dejándome sin respiración. Cada vez que escuchaba el ruido de aquellas tres pulseras de bisutería chocando entre sí en la pálida y fina muñeca de aquella mujer, mi corazón daba un vuelco y me preparaba para lo peor. Podía estar lejos, muy lejos, que yo la reconocía por el simple tintineo de aquellos abalorios.
domingo, 17 de mayo de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario