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Pensiero stupendo.

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No eran tres pulseras de bisutería comunes. El ruido era agudo, felino, punzante. Se metía en lo más hondo de mis oídos, viajaba hasta mi pecho y allí explotaba, dejándome sin respiración. Cada vez que escuchaba el ruido de aquellas tres pulseras de bisutería chocando entre sí en la pálida y fina muñeca de aquella mujer, mi corazón daba un vuelco y me preparaba para lo peor. Podía estar lejos, muy lejos, que yo la reconocía por el simple tintineo de aquellos abalorios.

sábado, 7 de abril de 2012

cARTA A UN DESCONOCIDO IV

El otro día me descubrí explicando a "x" nuestra historia. Me recordaba tanto a ti que me pareció estar explicándotela a ti mismo. Cuando él me preguntó cómo te llamabas, vacilé un momento. Reí indiscriminadamente por dentro pensando en lo curioso del caso. "Pero si eres tú...", pensé. También había algo que me decía que, tras el aparente bienestar de la primera cita, todo iba a acabar mal. Le permití que me tratara como a una cualquiera porque mi inconsciente pensaba que eras tú. Y ya sabes cómo me gusta habitar tu dolor. Me gustaría decírselo en algún momento. No quisiera que mi excesiva permisividad alimentara su egocentrismo. Lo que te quería decir, "x", es que "x" me comentó algo del tema que tú dominas tan bien. Y llegué a la conclusión que ni tú, ni por consecuencia él, podréis llegar a estar conmigo. No es que no queráis. Es que no podéis. Os sentís irremediablemente inferiores. Y eso es algo que choca con vuestra virilidad. Yo os diré lo que sois: no sois hombres. Sois unos mediocres. Y en la cama también, por cierto.

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