Tengo mi taza de café al lado. Espero a que se caliente mientras fumo tranquilamente mi cigarrillo y miro a través del cristal de la ventana. Tú estás sentado en la cama. Esperas una respuesta. Pego una calada a mi cigarrillo. Exhalo el humo. Te miro. Sonrío sarcásticamente. "No es sólo cuestión de sexo". Vuelvo a mirar hacia ningún punto exacto, a través de la ventana. "Hay mucho más", pienso. Con algo así tipo "estás loca", te vistes y te marchas violentamente, dando un portazo. Sonrío de nuevo. Niego con la cabeza. "Si fueras tú el motivo de mi locura, todo sería distinto. Pero por ¿suerte? él tiene otro nombre y otro apellido". Apago el cigarrillo tranquilamente y continúo observando la nada. Y no pienso en el que se acaba de marchar. Pienso en el que nunca se marchó porque nunca estuvo.
Bastó una mirada para dejarnos llevar. Abandonarnos al mundo de los sentidos. Acepté. Aceptaste. Y nos adentramos en un juego del que tú sabías como salir. Pero yo no.
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No eran tres pulseras de bisutería comunes. El ruido era agudo, felino, punzante. Se metía en lo más hondo de mis oídos, viajaba hasta mi pecho y allí explotaba, dejándome sin respiración. Cada vez que escuchaba el ruido de aquellas tres pulseras de bisutería chocando entre sí en la pálida y fina muñeca de aquella mujer, mi corazón daba un vuelco y me preparaba para lo peor. Podía estar lejos, muy lejos, que yo la reconocía por el simple tintineo de aquellos abalorios.
domingo, 5 de febrero de 2012
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