Te voy a contar mi sueño. Soñé que estábamos juntos. Juntos pero dispersos en una sala grande. Soñé que por fin estábamos juntos, en una sala grande, aunque dispersos en la sala. Y de pronto, un tiro. Alguien dispara. Me dan mucho miedo las armas. Muchísimo miedo. Veo cómo la bala rebota en la pared. Todo el mundo agachado. Protegido. Yo, de pie, mera espectadora y partícipe de mi propia creación. De repente escucho un quejido. Te busco por todas partes y te encuentro estirado en el suelo. Corro hacia ti. La bala ha rebotado en la pared y te ha dado en la cabeza. Me agacho a tu lado y te agarro la cabeza con mis dos manos. Nonononononononono. Lloro como jamás he llorado. Nononononono. Siento la pérdida en mi corazón, aún cuando nunca antes he sentido una pérdida del estilo en mi vida real. De repente, un millón de impulsos a la vez salen de mi boca en forma de dos palabras: Te Quiero. Me sorprendo. Nunca antes las he pronunciado. Y no me importa volverlas a repetir mientras intento ver tu rostro a través de mis ojos entelados. Te quiero. Te quiero. Te quiero. Y como veo que no respondes, me acerco a tu oído y te lo digo bajito: te quiero. Te quiero. Te quiero. Y me incorporo rápidamente para mirarte y ver si todavía sigues con vida y me has escuchado. Sí. Todavía estás conmigo. Permaneces con la cabeza ladeada. Haciendo esfuerzos por no cerrar los ojos. Y entonces reparo en la herida de tu frente. La toco con la yema de mis dedos. Me sorprendo. Sólo es superficial. La bala ha pasado de largo. Te lo digo. Te digo "S", ¡estás bien!, ¡la herida es sólo superficial! Y entonces sonríes y te alivias. Y yo sonrío y siento una felicidad enorme. Una felicidad en mi corazón enorme, aún cuando nunca antes he sentido una felicidad del estilo en mi vida real. Y entonces me despierto. Y siento que ese sueño es revelador. Y te mando un mensaje. Te digo que tengo muchas ganas de volver a verte. No sé si estás perdido en la vida real. Sólo sé que siento que tengo que salvarte.
Bastó una mirada para dejarnos llevar. Abandonarnos al mundo de los sentidos. Acepté. Aceptaste. Y nos adentramos en un juego del que tú sabías como salir. Pero yo no.
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No eran tres pulseras de bisutería comunes. El ruido era agudo, felino, punzante. Se metía en lo más hondo de mis oídos, viajaba hasta mi pecho y allí explotaba, dejándome sin respiración. Cada vez que escuchaba el ruido de aquellas tres pulseras de bisutería chocando entre sí en la pálida y fina muñeca de aquella mujer, mi corazón daba un vuelco y me preparaba para lo peor. Podía estar lejos, muy lejos, que yo la reconocía por el simple tintineo de aquellos abalorios.
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