El cielo se había vuelto naranja y gris. Violáceas algunas nubes como hilillos de algodón de azúcar lo anunciaban amenazador, desafiante. Anunciaban el final. Del Vesubio salían grandes nubes de humo gris. S y A se habían refugiado detrás de una gran roca del parque de Possilipo desde donde podían vigilar de lejos al gran volcán. Allí se protegían el uno al otro a través de sus brazos. Abrazos. A veces se asomaban por encima de la gran piedra gris para controlar el estado de la catástrofe. La tierra rugía y los gritos de la gente se habían homogeneizado en un rumor continuo muy parecido al ruido de un televisor sin señal.
A se volvió a esconder tras la gran piedra, tiritando de frío. O de miedo. Quizás de un frío provocado por el miedo.
-Tenemos que irnos. ¡Va a explotar!- y agarró del brazo a S, mientras le clavaba la mirada en sus verdes ojos, ojos verdes.
S la abrazó y le besó la cabeza. No tenían a dónde ir. Y entonces, mientras miraba a un oscuro mar casi difuminado con el cielo, le dijo:
- No te preocupes. Me da igual. Estamos juntos-, y la abrazó aún más fuerte mientras la gran roca les refugiaba durante un par de horas más.
A se volvió a esconder tras la gran piedra, tiritando de frío. O de miedo. Quizás de un frío provocado por el miedo.
-Tenemos que irnos. ¡Va a explotar!- y agarró del brazo a S, mientras le clavaba la mirada en sus verdes ojos, ojos verdes.
S la abrazó y le besó la cabeza. No tenían a dónde ir. Y entonces, mientras miraba a un oscuro mar casi difuminado con el cielo, le dijo:
- No te preocupes. Me da igual. Estamos juntos-, y la abrazó aún más fuerte mientras la gran roca les refugiaba durante un par de horas más.
Sueño de un día de otoño de 2007. Quizás por Noviembre.
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