Había pensado en una cena para los dos, en agosto. Una cena a la luz de las velas, con los grandes ventanales abiertos para que entrara un poco de corriente en la casa y sofocara el insoportable calor de Barcelona. Lo tenía todo pensado. Ab
riría el sofá para convertirlo en cama doble. Compraría algo de comida exótica, excepto tofu porque la última vez se le pudrió en la nevera esperando. Con aquella espera, un poco de su corazón también se pudrió, pero ahora no vamos a hablar de eso porque no vale la pena recordarlo.
Sabía qué música escucharían y qué ropa vestiría aquella noche de agosto. Lo tenía todo pensado, sabía los temas de conversación, las risas, los besos e incluso había programado las caricias. Todo lo tenía pensado. Como cuando escribes el guión de una película. En este caso, pudimos verla escribiendo el guión de su vida. Olvidose de la realidad por completo. Olvidose que en la vida real, el tofu siempre se pudre en la nevera, sólo que en este caso no se pudrió el tofu, sino su corazón entero porque pasó todo julio programando una noche de agosto. Y pasó todo agosto esperando que sucediera. Y hoy ya es noviembre.
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