
Ahora ya sólo somos dos cuerpos extraños que no se (re)conocen. Tus manos han dejado de ser tus manos en mí, en mi cabeza tus manos ahora ya sólo son manos, extrañas, blancas, húmedas, frías... sólo eso; ya no son tus manos en mí, sólo son manos, extrañas, ajenas, otras, las que durante tiempo me han faltado y he imaginado hasta conseguir tenerlas delante de mí. Ya no son mías. De otra, quizás. De nadie. Sólo tuyas, a lo mejor. O ni eso, abandonadas... Me costaría volver a (re)conocerlas, a incorporarlas en mi cabeza, a besarlas, a amarlas. Me resultaría muy difícil, pues forman parte de tu cuerpo, de tu razón, de todo tú: el que me ha hecho tanto daño. ¿Cómo podría volver a amar algo que forma parte de alguien que me ha hecho sufrir? Tus manos me asfixiaron sin asfixiarme. Acabaste con tus manos en mí y en mí tus manos me asfixiaron. Acabaste conmigo. Y no. Ya no amo a tus manos.